sábado

UN VIAJE

No sabía de estas cosas hasta que empecé a escucharlas.

Son las siete y dos. Amanece. Desvío por la circunvalación y encaro el rulo que desemboca en Guiñazú, miro y pienso: dos banquinas, dos países. De un lado soja, en el otro El llanto primitivo sigue vivo. La gente. El olvido entre las chapas.

No sabía que de la criolla, una vez que se posara en las manos de Yova, pudieran salir estos sonidos. Y de su boca todas las vocales. Elefante hormiga. Y velocidades. Primera y ritmo sostenido. Segunda, tercera, cuarta. Y quinta bemol. Después punto muerto. Planeador en la curva y clave de sol antes del peaje. Porque la hormiga mueve el mundo entero.

No sabía que no saber trae sus consecuencias. El olvido y el descuido también. Entonces la memoria. El repaso. De nuevo la ruta y darme cuenta que han pasado kilómetros sin ser vistos. Sin recuerdo. Un mar de tierra. Y la espera. Siempre algo llega. Algo más. Atención.

No sabía que algo de lo que nos pasó pueda volver y volver. Estar siempre. Ser magia que viene y se va. Y cambiar la forma. Hacerse tan grande como para llenar un escenario con un solo ser que encandila y no es un flash. Y esa luz titilar cuando lo oscuro duele de tan negro.

No sabía que el viaje podía ser otro. Que las ruedas despegaran del pavimento con tanta facilidad y las puertas de atrás se hicieran alas. Escalera vertebral. Baúl alerón. Y entonces fuéramos pájaros. El cielo con el que soñé. ¿Urracas parlanchinas?

No sabía que las lenguas se construyen. Los dialectos, los idiomas. Las personas tenemos claves. A miles de años de distancia. Y se imprimen naranja incandescente.

No sabía que ignorar es tan nuestro que cada descubrimiento es un paso firme a la arena movediza. ¿Cómo saberlo todo? ¿Quién te apura? ¿Quién te corre? ¿Cómo saber algo?

Sabía que mi hermano es mi hermano. Y descubro que es otro. Que alarga la ruta. Ensancha el trayecto. En el que prefiere ir silbando.

Kike Bogni

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